domingo, 6 de mayo de 2012

Recuerdos de una abuela

Lo siguiente lo escribí cuando era más joven, se puede ver por el estilo escritura y por la formación de las frases. Sin embargo lo que concierne es el contenido, ya que está dedicado a una de las personas más importante de mi vida y a la cual tengo muy presente. En días como hoy “Día de la Madre” y sobre todo en festividades como Semana Santa, la recuerdo todavía más…

“Mi abuela es cómo la de cualquier otro; bajita, con algunas arrugas,... pero es mi abuela la de ningún otro.
Ella siempre ha estado en el pueblo, yo creo que nunca ha salido de España. Aunque no lo sé a ciencia cierta. En casa siempre tiene muchas cosas que hacer, la comida o la colada pero también tiene que a dar de comer a las gallinas. La recordaré siempre por las gallinas, entre otras cosas.
Todas las tardes cogía la llave, una llave pequeña y un poco oxidada, del frutero que siempre ha estado encima de la lavadora y que casualmente siempre ha estado sin fruta solo con el mechero de la cocina. Y cuando ya tenía la llave para abrir la puerta roja que ahora es plateada cogía un caldero que está siempre al lado de la puerta de la cocina, según sales al patio o cómo dicen en el pueblo, el corral. En él echamos todas aquellas cosas que las gallinas pueden comer, cómo restos de lechuga, las pieles de las frutas,... Mi abuela siempre nos decía cuando recogíamos la mesa: ‘El caldero está afuera para que echéis lo de las gallinas’
Cuando tenía la llave y el caldero cogía un cubo pequeño transparente para meter los huevos, porque todos los días hay alguno, y nos decía: ‘Me voy a las gallinas’. Mis primos y yo, sobre todo mis primas, la acompañábamos todas las tardes y en cuanto atravesamos la puerta que cuesta un poco de abrir mi primo y yo íbamos corriendo hacia las gallinas que revoloteaban asustadas. Y mientras mi abuela revisaba cuanto pienso tenían y le echaba lo del caldero, nos decía que cogiéramos los huevos con cuidado y que llenáramos un cubo negro de agua para que bebieran las gallinas.

Mi abuela y mi abuelo, también, todos los años sembraban el huerto, o mejor dicho los huertos. Porque sembraban en tres sitios diferentes, que yo recuerde: el huerto, propiamente dicho; la cortina, un pequeño terreno donde están también las gallinas; y al lado de la iglesia. Otra cosa que no olvidaré es cuando se limpian los garbanzos. Se ponen todos en un montón, cuando están secos y todavía dentro de las capsulas y entre la paja. Mi abuelo cogía la orca y los lanzaba hacia arriba y, con la ayuda del viento, toda la paja volaba mientras que los garbanzos quedaban otra vez en el montón. No recuerdo cuantos años tendría aquel día de verano cuando mis abuelos, mi primo y yo fuimos a limpiarlos, pero si recuerdo que mis abuelos decían que nos pusiéramos en el lugar opuesto al que volaba la paja y siempre nos poníamos hacia donde iba el viento. Cuantas veces nos han recordado a mi primo y a mí entre risas aquel día tan caluroso.

Recuerdo, también, cuando íbamos a regar al huerto. Cada pocos días. Mi abuelo subía el motor, para sacar el agua, al coche junto algunos cubos por si alguna lechuga o cebolla para recoger. Cuando llegábamos allí, mi abuelo abría la portera (puerta fabricada con palos de un grosor medio y alambre de espino) y entramábamos corriendo mirando si había algún tomate maduro. Pero lo emocionante para nosotros era cuando salía el agua. ¡Cómo nos divertíamos! Cuando éramos más pequeños jugábamos con el agua que corría por la regadera (canal echo en la tierra por donde circula el agua, abasteciendo a las plantas) Yo siempre me mojaba. Pero cuando éramos más grandes les ayudábamos a que el agua no se saliera de la regadera o para coger alguna sandía. Porque una cosa que ha habido siempre en mi casa en verano han sido sandías. Mientras mi abuelo cogía las sandías, mi abuela se ocupaba de las flores y de coger alguna lechuga o cebolla.
Recuerdo que siempre le han gustado mucho las flores. Siempre en el huerto cuando decide las filas para cada cosa (tomates, patatas, garbanzos, lechugas,...) siempre deja una parte para ellas. De varios tipos y multitud de colores. También en casa tiene muchas macetas ya que todo es un gran patio de cemento.
Cuando mis primos y yo éramos pequeños, bueno y cuando éramos más grandes también, nos decía: ‘Tener cuidado con los tiestos’ Pero al final, no se cómo, siempre se rompía alguno. Mi primo y yo no solíamos decir nada hasta que lo veía: ‘¡Ay, mis tiestos!’ decía ella.

Recuerdo que mi abuela siempre era la que nos defendía. Mi primo y yo solíamos jugar mucho en verano con globos agua, bueno y ahora a veces también, y nuestros padres nos decían que dejáramos de gastar agua y mi abuela, aunque pensaba igual, nos dejaba jugar un rato. Lo mismo pasaba con la Game Boy, ahora la PSP o la DS. Nuestros padres decían que dejáramos las maquinitas y saliéramos a la calle, aunque estuviera lleno de nubes grises, y mi abuela contestaba: ‘Dejarlos tranquilos. Que hagan lo que quieran’ Que paciencia ha tenido mi abuela con nosotros.

Recuerdo cuando mi abuela hacía castañas en la estufa. Mi primo y yo íbamos al corral y por una de las puertas entrábamos a la leñera. Cogíamos unos cuantos palos y unas ramas de escobera, una planta que tiene una rama no muy gruesa y de ella salen muchísimas ramitas muy finas, que es muy buena para poner debajo de la leña para que se encienda antes. Mientras, mi abuela preparaba las castañas. Le hacía unos cortes para que no saltaran cuando estuvieran dentro de la estufa y las ponía en un viejo recipiente de metal lleno de agujeros. Después de un rato, las castañas ya estaban hechas y mis abuelos, mi primo y yo nos poníamos a comerlas. Nunca esperábamos a que se enfriaran un poco.

Recuerdo que mi abuela siempre iba a la iglesia todos los domingos. Ya no era una tradición era casi una costumbre, algo que había que hacer cómo lavarte los dientes o comer. Cuando mi primo y yo éramos unos críos casi todas los domingos nos poníamos con ella. Ella se sentaba en el banco mientras que nosotros en la repisa que hay en suelo para arrodillarse cuando se reza. No me acuerdo de mucho, pero creo que casi nunca nos enterábamos de los que decía el cura porque mi abuela nos dejaba hablar y juguetear un poco, siempre con un cierto silencio.

Recuerdo y recordaré a mi abuela por estas y otras muchas cosas pero cuando ella no esté, leeré esta historia” 

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